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El valiente que le hizo frente a los Zetas, "Don Alejo Garza Támez"


Lo dijo Cervantes, “la fuerza de los valientes, cuando caen, se pasa a la flaqueza de los que se levantan”. 

A sus 77 años Don Alejo Garza Támez murió como un valiente, atrincherado en su propiedad. Los Zetas, el cártel de exmilitares, excisión del Cártel del Golfo, pretendían robarle el rancho San José, en las inmediaciones de la presa Padilla, a 15 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas.

El empresario pagó con su vida el defender su propiedad, el rancho San José, ubicado en Padilla, Tamaulipas murió un 14 de noviembre del 2010 Descanse en Paz, en la actualidad es considerado como un símbolo de valentía y un héroe y reza el dicho "si todos fueran como Don Alejo este país seria mejor." haciendo alusión a los hombres duros y valientes de la época de la revolución que en la actualidad parecen ya no haber.

Nuevo León.-Se llamaba Alejo Garza Támez, tenía 77 años y era empresario maderero con rancho en Tamaulipas, México, originario de Allende, Nuevo León, experimentado en la cacería, se parapetó en la finca y, a la llegada de los delincuentes, abrió fuego contra ellos.. Nadie le había regalado nada: llevaba toda la vida trabajando, y todo lo que tenía lo ganó con sudor y trabajo. Aficionado a la caza y la charla con los amigos, era respetado por sus vecinos; de esos hombres cuyo apretón de manos y palabra valen más que un contrato firmado. Su desgracia fue que, en los últimos tiempos, Tamaulipas, como buena parte de México, se ha convertido en territorio de narcotraficantes: narcos hasta en la sopa. Y hace ya 5 años, el sábado 13 de noviembre de aquel 2010 ,con precisión de corrido de los Tigres del Norte, los sicarios del cártel de los Zetas  fueron a decirle muy gallitos que ahuecara. Que su propiedad les interesaba, y que debía arreglarse con ellos.Tenia veinticuatro horas para pensarlo, dijeron. Luego aténgase a las consecuencias. Que, tal como andan las cosas en esa tierra, se resumían en una: velatorio con cuatro cirios encendidos en las esquinas y ataúd en medio. El suyo. 



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Don Alejo se lo pensó, en efecto. Con casi ochenta primaveras recorridas, concluyó, lo mío anda más que amortizado "he vivido y he vivido bien, he trabajado y trabajado mucho" "que me van a estar espantado" "Si me quieren muerto, muerto los veré y muerto me los llevare". Se le hacía cuesta arriba cambiar de rancho, a su edad. Así que, parafraseando a "Cervantes", se dijo aquello de balas tengo, lo demás Dios lo remedie. Hasta aquí hemos llegado. Reunió a los trabajadores del rancho, les pagó lo que les debía, y ordenó que al día siguiente no fuese ninguno a trabajar. Quiero estar solo, dijo, ni un comentario hizo sobre la visita y amenaza de los sicarios de los Zetas horas antes.

Luego hizo recuento de armas y municiones -ya he dicho que era cazador- y pasó el resto del día en preparar la casa para su defensa, poniendo barricadas en las puertas y disponiendo escopetas y cartuchos para disparar en cada ventana. La noche fue larga, de poco sueño y mucha alerta, atento a cualquier ruido exterior. Supongo que se quitaría el frío con una botella de tequila y mataría las horas con cigarrillos. Tal vez había dejado el tabaco años atrás, por la salud, y volvió a fumar esa noche. Es así como imagino a don Alejo: sentado en la oscuridad con un rifle semiautomático entre las piernas, los bolsillos llenos de cartuchos, un tequila en una mano y la brasa roja de un cigarrillo en los labios, entornados los ojos para escudriñar la noche, atento a los sonidos del exterior. Recordando a ratos su vida. Esperando. 

A las cuatro de la madrugada sonaron motores. Bajando de varias camionetas, armados hasta los dientes con fusiles de asalto y muy seguros de sí, como suelen, una veintena de sicarios se encaminó a la casa, gritando que tomaban posesión del rancho. Que todo el mundo saliese afuera, con las manos en alto pensando que ya nadie se encontraba ahi yas que estaban seguros que todos habian salido huyendo debido a las amenazas que habian dado al "viejo" horas antes sin imaginarse que esa noche varios caerían muertos. Entonces, en el interior, don Alejo apuró el tequila, apagó el último cigarrillo con el tacón de sus botas de piel de iguana y empezó a pegar tiros. 



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Fue un verdadero combate, largo e intenso. Hasta granadas usaron. Desde los ranchos cercanos se oyó mucho rato el disparar de las balas y el retumbar de las explosiones. Don Alejo vendía cara su veterana piel. Y cuando a la mañana siguiente tropas de la Marina mexicana llegaron al lugar, aquello parecía un campo de batalla. La casa todavía olía a pólvora, acribillada por centenares de disparos e impactos de granadas. El interior, destrozado a tiros, se veía alfombrado de casquillos de bala disparados por don Alejo; que yacía muerto junto a una ventana, con el rifle todavía cerca. Se había llevado por delante a cuatro gatilleros, cuyos cadáveres estaban tirados delante de la casa. Dos sicarios más, gravemente heridos, a los que sus compañeros habían dejado atrás por creerlos muertos como los otros, vivieron lo suficiente para contar la historia. El viejo peleó como una fiera, dijo uno. Hasta el último cartucho. 


Colorín, colorado. Ésta es la vida y la muerte, real como la vida y como México mismo, de don Alejo Garza Támez. Si el ejemplo es edificante o no, allá cada cual con lo que entienda. Yo me limito a contar la historia de un hombre valiente de Tamaulipas a quien los poderosos -los narcos, en su caso- dijeron que se hincara de rodillas, y no quiso. Le daba pereza. Fuente El Blog Del Narco
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