Narcoamor Una historia de amor, peligro, dolor y narcotráfico
Una historia de amor, peligro, dolor... Complementado al estilo de México.
La guerra contra el narcotráfico en México, esto para nosotros sigue siendo una fiesta, porqué aquí la vida no vale nada, y disfrutamos cada instante sabiendo que podría ser el último. La violencia ha pasado a formar parte de nuestra cultura, los colgados en los puentes, las balaceras, las bandas en Mazatlán, las camionetas blindadas, el desempleo, la corrupción, las narcomanías, los narcocorridos y casi todo lo que comience en "narco".
Cuándo tenía 18 años regresé al lugar dónde nací, Monterrey, municipio de Nuevo León, México. Me costó un poco acostumbrarme a las medidas que la violencia que azotaba a éstepedacito de tierra había traído consigo. Llegaron a México los secuestros, las llamadas de extorsión y el cobro de piso; mis padres terminaron por volverse locos con el tema y volver casi anónimos todos sus movimientos financieros. Al principio sentía que estaba ante el mismísimo Apocalipsis, pero con el tiempo me acostumbré, y hasta aprendí a vivir con ello. Incluso le tomé el gusto, y así con el tiempo el miedo se fué: la violencia pasó a ser solo una circunstancia de la vida.
Puedo contar qué estaba por terminar segundo semestre de medicina en la UANL, comenzaba mis veinte años y tenía un futuro verdaderamente prometedor. Planeaba irme de intercambio un día, planeaba grandes cosas para mis fines de semana y para el resto de los días que Diosito me regalara...
Mi vida se resumía a grandes fiestas, a días en la plaza comprando ropa, a buscar una solución si mis uñas decoradas con esmaltes no rompían los guantes de látex, a estudiar para no verme en la necesidad de intentar sobornar a nadie en la facultad, o si el cabello me lucía mejor oscuro... Había pasado un largo tiempo soltera, por lo qué no puedo decir qué me ilusionaba enamorarme y todo a lo qué esto conlleva; así cambie los corazones por las fiestas y por la ilusión que me causaba aspirar a ser doctor. Mi vida era bastante automática, bastante banal; aburrida no, pero vacía sí.
La verdadera historia, (y para no irnos largos...) comenzó cuándo mi amiga Silvia me invitó a pasar el verano en su casa en Mazatlán, Sinaloa. Me brillaron los ojitos... Banda, amigas, fiesta, adiósjeringas! ya quería llegar, ya quería ser libre! Jamás había ido a Sinaloa... Una hora y media después de tomar nuestro vuelo a Culiacán, nos encontramos con un lindo complejo blanco de cinco pisos, ubicado sobre la avenida Camarón Sábalo en Mazatlán. Mi habitación era muy espaciosa y de diseño impecable, con una enorme cama de sábanas blancas, y paredes claras contrastantes con el piso oscuro y brillante. Tenía un balcón con la vista más hermosa de nuestra alberca y la bahía de Mazatlán, qué, si bien no es Cancún, parecía tener lo suficiente para divertirnos.
Pero hacíamos lo mismo todos los días: ir a la playa, recorrer tiendas, restaurantes... Y de tan monótono que estaba el asunto, ya hasta me quería regresar. Hasta qué un día, llegó el día...
Eran aproximadamente las 6:00 p.m.; vestía un croptop blanco de manga larga, shorts de cintura alta y tacones con plataforma. Caminábamos indefinidamente, disfrutando las miradas, coqueteando hasta con el aire... Había una banda tocando sobre la playa y una bola de huercos disfrutando de la música. Para quién no haya estado nunca en Mazatlán, o incluso México, les resultará poco familiar el término banda sinaloense, un género musical regional altamente difundido por todo el país. Mazatlán es la capital mundial por derecho de la banda sinaloense, donde todo el día puedes encontrar bandas tocando a lo largo y ancho de sus playas.
Tendrían unos 25 años y quizá había algunos más grandes... Desaté los nudos de mis plataformas y bajamos la banqueta del malecón hacia la fina arena de la playa. Pasamos cómo no queriendo por ahí... Y cómo confiábamos en qué nuestro chicle rara vez no pega, sólo pasamos por ahí un momento riendo entre nosotras sin parecer notar su presencia. - Hey, plebes! ¿A dónde van?- Y apartir de ahí todo fueron sonrisitas y baile...
La banda sonó y sonó al tiempo en qué se abrían tantas cervezas cómo los huercos podían tomar... Esto era lo que necesitábamos, salir a conocer a alguien lindo y divertirnos... De pronto y casi en cuánto llegó, lo vi...
Súperalto, de piel blanca y cabello oscuro. Su marcada, negra y densa barba me resultaba extraña, más no por eso menos atractiva. Sólo era diferente, era imponente, era intimidante con toda esa seguridad; a leguas se veía que no le cabía un gramo más de masculinidad, qué era un macho con todas sus letras, y sin variantes. Lo recorrí con la mirada desde la cara hasta los piés... Sus ojitos oscuros y chiquitos se cerraban cuándo sonreía, y su sonrisa parecía transparente, cómo si no escondiera nada, cómo de esas sonrisas qué dan los protagonistas dé las novelas... Me resultaba increíblemente atractivo, increíblemente honesto, increíblemente para mí, con sólo verlo.
Mario y Julieta: ahí se resumió el comienzo de todo, y así las horas se nos volvieron minutos, así seguimos hablando, tomando cerveza, bailando. Cuándo comenzó a oscurecer se ofreció a llevarnos a casa; yo sin pensarlo ni poquito, acepté. Me abrió la puerta, me ayudó a subir
alcamionetón negro azabache, sin trabajos, y después la cerró. Empezó a sonar a todo volumen en el estéreo "diamante negro", y varios amigos suyos, fueron detrás de nosotros en caravana...
Al fin llegamos, y así nació la promesa de vernos más tarde, de continuar con la plática qué hacían nuestros ojos mientras de nuestras bocas salían palabras; prometiendo comenzar lo qué yo jamás había comenzado con nadie, pero qué supe que haría en cuánto lo vi con toda esa seguridad, belleza y masculinidad cubierta solamente por su camisa azúl y su sonrisa... Y fué así que me quedé en el pórtico del departamento viendo cómo caminaba hacía el camionetón, cómo haría después tantas veces, dentro y fuera de Sinaloa, cómo miraba hacía atras y me miraba, y con una sonrisa me hacía temer no volver a verlo... Siempre temiendo no volver a verlo.
Cuándo tenía 18 años regresé al lugar dónde nací, Monterrey, municipio de Nuevo León, México. Me costó un poco acostumbrarme a las medidas que la violencia que azotaba a éstepedacito de tierra había traído consigo. Llegaron a México los secuestros, las llamadas de extorsión y el cobro de piso; mis padres terminaron por volverse locos con el tema y volver casi anónimos todos sus movimientos financieros. Al principio sentía que estaba ante el mismísimo Apocalipsis, pero con el tiempo me acostumbré, y hasta aprendí a vivir con ello. Incluso le tomé el gusto, y así con el tiempo el miedo se fué: la violencia pasó a ser solo una circunstancia de la vida.
Puedo contar qué estaba por terminar segundo semestre de medicina en la UANL, comenzaba mis veinte años y tenía un futuro verdaderamente prometedor. Planeaba irme de intercambio un día, planeaba grandes cosas para mis fines de semana y para el resto de los días que Diosito me regalara...
Mi vida se resumía a grandes fiestas, a días en la plaza comprando ropa, a buscar una solución si mis uñas decoradas con esmaltes no rompían los guantes de látex, a estudiar para no verme en la necesidad de intentar sobornar a nadie en la facultad, o si el cabello me lucía mejor oscuro... Había pasado un largo tiempo soltera, por lo qué no puedo decir qué me ilusionaba enamorarme y todo a lo qué esto conlleva; así cambie los corazones por las fiestas y por la ilusión que me causaba aspirar a ser doctor. Mi vida era bastante automática, bastante banal; aburrida no, pero vacía sí.
La verdadera historia, (y para no irnos largos...) comenzó cuándo mi amiga Silvia me invitó a pasar el verano en su casa en Mazatlán, Sinaloa. Me brillaron los ojitos... Banda, amigas, fiesta, adiósjeringas! ya quería llegar, ya quería ser libre! Jamás había ido a Sinaloa... Una hora y media después de tomar nuestro vuelo a Culiacán, nos encontramos con un lindo complejo blanco de cinco pisos, ubicado sobre la avenida Camarón Sábalo en Mazatlán. Mi habitación era muy espaciosa y de diseño impecable, con una enorme cama de sábanas blancas, y paredes claras contrastantes con el piso oscuro y brillante. Tenía un balcón con la vista más hermosa de nuestra alberca y la bahía de Mazatlán, qué, si bien no es Cancún, parecía tener lo suficiente para divertirnos.
Pero hacíamos lo mismo todos los días: ir a la playa, recorrer tiendas, restaurantes... Y de tan monótono que estaba el asunto, ya hasta me quería regresar. Hasta qué un día, llegó el día...
Eran aproximadamente las 6:00 p.m.; vestía un croptop blanco de manga larga, shorts de cintura alta y tacones con plataforma. Caminábamos indefinidamente, disfrutando las miradas, coqueteando hasta con el aire... Había una banda tocando sobre la playa y una bola de huercos disfrutando de la música. Para quién no haya estado nunca en Mazatlán, o incluso México, les resultará poco familiar el término banda sinaloense, un género musical regional altamente difundido por todo el país. Mazatlán es la capital mundial por derecho de la banda sinaloense, donde todo el día puedes encontrar bandas tocando a lo largo y ancho de sus playas.
Tendrían unos 25 años y quizá había algunos más grandes... Desaté los nudos de mis plataformas y bajamos la banqueta del malecón hacia la fina arena de la playa. Pasamos cómo no queriendo por ahí... Y cómo confiábamos en qué nuestro chicle rara vez no pega, sólo pasamos por ahí un momento riendo entre nosotras sin parecer notar su presencia. - Hey, plebes! ¿A dónde van?- Y apartir de ahí todo fueron sonrisitas y baile...
La banda sonó y sonó al tiempo en qué se abrían tantas cervezas cómo los huercos podían tomar... Esto era lo que necesitábamos, salir a conocer a alguien lindo y divertirnos... De pronto y casi en cuánto llegó, lo vi...
Súperalto, de piel blanca y cabello oscuro. Su marcada, negra y densa barba me resultaba extraña, más no por eso menos atractiva. Sólo era diferente, era imponente, era intimidante con toda esa seguridad; a leguas se veía que no le cabía un gramo más de masculinidad, qué era un macho con todas sus letras, y sin variantes. Lo recorrí con la mirada desde la cara hasta los piés... Sus ojitos oscuros y chiquitos se cerraban cuándo sonreía, y su sonrisa parecía transparente, cómo si no escondiera nada, cómo de esas sonrisas qué dan los protagonistas dé las novelas... Me resultaba increíblemente atractivo, increíblemente honesto, increíblemente para mí, con sólo verlo.
Mario y Julieta: ahí se resumió el comienzo de todo, y así las horas se nos volvieron minutos, así seguimos hablando, tomando cerveza, bailando. Cuándo comenzó a oscurecer se ofreció a llevarnos a casa; yo sin pensarlo ni poquito, acepté. Me abrió la puerta, me ayudó a subir
alcamionetón negro azabache, sin trabajos, y después la cerró. Empezó a sonar a todo volumen en el estéreo "diamante negro", y varios amigos suyos, fueron detrás de nosotros en caravana...
Al fin llegamos, y así nació la promesa de vernos más tarde, de continuar con la plática qué hacían nuestros ojos mientras de nuestras bocas salían palabras; prometiendo comenzar lo qué yo jamás había comenzado con nadie, pero qué supe que haría en cuánto lo vi con toda esa seguridad, belleza y masculinidad cubierta solamente por su camisa azúl y su sonrisa... Y fué así que me quedé en el pórtico del departamento viendo cómo caminaba hacía el camionetón, cómo haría después tantas veces, dentro y fuera de Sinaloa, cómo miraba hacía atras y me miraba, y con una sonrisa me hacía temer no volver a verlo... Siempre temiendo no volver a verlo.
Narcoamor Una historia de amor, peligro, dolor y narcotráfico
Reviewed by DETODO365
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12:25:00 AM
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